En finanzas está muy extendido el uso de los términos deudas buenas y deudas malas. Conviene precisar que las deudas en sí mismas no son buenas ni malas, pero sí herramientas que podemos utilizar bien o mal, dependiendo de nuestro manejo financiero. Sabido esto, nos tomamos licencia de usar los términos como un comodín para referirnos a las circunstancias en las que adquirimos un compromiso financiero y su efecto en la salud de nuestro bolsillo.
Para responder la interrogante con que titulamos este artículo, podemos emplear distintos criterios: según el objetivo de la deuda, según las condiciones del préstamo y según las condiciones económicas del deudor al momento de asumir el crédito.
Bajo el primer criterio consideraríamos que una deuda es buena o mala dependiendo del uso del dinero prestado, y es sobre el aspecto que tenemos mayor control. Estaremos ante una deuda sana siempre que sea para adquirir un bien que reporte mayores beneficios que costos. Es decir, que nos permita aumentar considerablemente nuestra productividad-rentabilidad o nos proporcione un nivel de bienestar que compense el de tener el compromiso con el banco o el prestamista.
Un ejemplo puede ser el taxista que decide tomar un préstamo para cambiar su carro pequeño por un minibús, porque identifica en los viajes de grupo un nicho atractivo para su negocio. En cambio, tendremos una deuda “nociva” cuando usemos el dinero prestado para adquirir un bien que no reporte ningún beneficio o cuya utilidad sea muy limitada.
Si juzgamos según las condiciones del crédito propiamente, estaremos ante una deuda buena cuando la tasa de interés sea relativamente baja o competitiva en el mercado. También si los gastos de cierre del préstamo son reducidos o si el producto permite hacer abonos o saldo anticipado sin imponernos penalidad, en entre otros términos que pudieran representar ventajas para el deudor. Por el contrario, será una deuda mala aquella con tasa de interés por encima del promedio del mercado, con tasa variable en un contexto en que este indicador tienda al alza o con penalidades por saldo o abono anticipado.
El tercer criterio, y quizás el más importante, es la situación económica del deudor. Esto, más que las condiciones del empréstito, determinará su solvencia o capacidad para lidiar con la deuda. Una persona con un estrecho margen para nuevos compromisos económicos puede sacrificar su estabilidad financiera al adquirir un préstamo, aún si las condiciones del producto fueran buenas. Al verse en una situación de estrechez o limitación, tenderá a otorgarle una connotación negativa a la deuda que contrajo.
Este escenario no siempre se ve venir. A fin de cuentas, una deuda buena puede convertirse en una mala dependiendo de los cambios, con frecuencia imprevistos, que se presenten en nuestro panorama.
Al considerar la opción de contraer préstamo los tres criterios son importantes y lo más inteligente será analizarlos de manera integral, de modo que ninguno quede fuera de tus consideraciones.
*Artículo publicado originalmente en Argentarium.com, el 31 de mayo de 2019.